Fernando Mires - MURIÓ EL SAPITO


Putas huevón, se nos murió el Sapito, entonces nadie es inmortal. Asi recibí el llamado telefónico -11 de Septiembre de 2012- que relataba por un amigo casi desconocido la muerte de Sergio Livingstone, a los 92 años de edad, edad para morirse ya, sobre todo después de una vida bien vivida como fue la del Sapito. Fue el mejor arquero que ha tenido Chile en toda su historia, contesté yo, sólo por hacer una frase que me salió más hueca que un hueco. Porque si es verdad que cuando muere alguien querido a uno se le hace un nudo en la garganta, a mí se me hizo ipsofacto. Putas, esta noche me emborracho, el Sapito fue mucho para mí. Lo ví en sus últimos partidos de la Cato, equipo para mí siempre antipático, soy del Colo hasta la muerte y después de la muerte también. Pero el Sapo Livingstone trascendió las preferencias del ser en el ser. Fue el primero antes de Leonardo que me hizo preguntar si el humano podría alguna vez volar. Porque el Sapo volaba de palo a palo, y sin alas. Era infalible hasta que lo ví fallar y me gustó más que nunca, el Sapo. Cuando hacía una de esas atajadas de película, se pasaba el balón por la espalda, de mano a mano. Y una vez se le cayó y la pelota, haciéndose la tonta, entró al arco. Todo el estadio se cagó de la risa. Yo también. Pero, y esto fue lo fabuloso, el mismo Sapo rió. Era grande el Sapo Livingstone, sabía reir con su carita gorda, a lo largo y a lo ancho. Como después cuando comentaba partidos y partidos, entrevistando a la gente del futbol.
En las noches, Sapo, yo soñaba que tú eras yo; y en mis sueños, yo atajaba y atajaba, atajaba hasta a la muerte, hasta que en el día, cuando quería emularte en el arco, me pasaban todos los goles que la vida le puede meter a uno.
Chile, querido Sapo, no es país de arqueros como Argentina, que para el puesto siempre tiene a no menos de diez. Pero hubo después del Sapo algunos más que respetables en ese, mi pobre, flaco y largo país. El mejor fue, para mi gusto, Misael Escuti. Siempre quiso ser el segundo Sapo, atajaba igualito, volaba igualito, pero la embarraba siempre en el momento de la definición consagratoria. Él, que atajaba más que el Sapo, tenía la particularidad de cagarla en el momento preciso. Por algo le decían “el ciego”: peor sobrenombre para un arquero no puede haber. Después pasaron varios. Quitral de San Luis de Quillota, que las atajaba todas por alto pero por bajo se las pasaban también todas. Chirinos del Audax, seguro, algo piernejunto, atajaba lo que había que atajar. Nunca la embarró, nunca brilló. Astorga de la U, muy seguro de manos, pero era muy chico; además no sabía salir: jugaba pegado al arco como estampilla. Vallejos (Católica) y Neff (del Chuncho) se disputaron el arco de la selección en leal competencia. Pero Vallejos nunca la atenazaba bien y Neff que era portentoso, tenía el síndrome de Escuti: en las tardes decisivas se achicaba. A mí me gustaba el porteño Olivares, cojonudo. Se metía entre las piernas a robar pelotas y hasta patadas le daban en la cara. Por ahí apareció Wirth (UC) que no estaba mal. De los antiguos, el que más se parecía al Sapo, aún en la fisonomía, era Pancho Fernández de La Serena, quien decía de sí mismo que era Atila, el rey de los (H)unos. Pero hay quienes cuentan que no llevaba muy buena vida. Hasta que de repente surgió el Condor Rojas (Colo), un místico del arco. Fue él quien dijo: “Dios me envió al mundo para que atajara”. Hasta el Sapo, noble hombre, comentó: "es el mejor arquero que ha habido en Chile". Pero no era cierto Sapito: el Condor se metió en una barrabasada sin nombre en contra de Brasil. A ti nunca te habría pasado eso, Sapito. Vo no sólo érai arquero, érai, además, un ser más integral que el pan integral.
En una de esas noches de plenilunio, cuando éramos exiliados más que amigos, un grupo de hastiados del chachareo politiquero hicimos mesa aparte y nos dedicamos a hablar del jurgol. De pronto alguien me dijo: Fernando, vo que soy un erudito de cualquier huevá, escríbete el seleccionado chileno de todos los tiempos. Ahí yo pregunté, como siempre mandándome las partes, ¿4- 2- 4 como era antes, o 3- 5-2 como ahora? 4-2-4, así jugaban los equipos de verdad, fue la respuesta unánime. Entonces escribí en una servilleta: En la defensa, el Fifo Eizaguirre, Don Elías Fiqueroa, Quintano, y el marinero Carrasco (quien una vez frenó a Garrincha en el Maracaná). En el medio: Eladio Rojas y Jorge Toro. Y arriba: Pedrito Araya (quizás hoy habría escrito Alexis Sánchez) Ban Ban Zamorano, Salas El Matador, y Leonel (Sánchez). El arquero se los dejo a ustedes- dije: Elijan: Livingstone o Rojas. Éramos siete, como los enanitos. Los siete elegimos al Sapo Livingstone. Que en paz descanse.
Hoy leí que los 11 chilenos que jugaban contra Colombia –venía de golear a los uruguayos que no son cojos- se juramentaron a vencer para honrar a Sergio Livingstone. Por supuesto, perdimos. Mas, pensé: “Esa gente que sabe honrar a sus muertos, no puede ser mala gente, aunque no sepan jugar al fútbol”.