Fernando Mires: El asesino de Oslo


Anders Behring Breivik



Las primeras suposiciones apuntaron de acuerdo a la lógica de un reflejo condicionado: la horrorosa masacre cometida en Noruega tenía que ser el producto de la acción del “terrorismo islamista”.
La gran sorpresa ocurrió cuando se supo que el ejecutor de la increíble maldad había sido un noruego de 32 años quien como diversos jóvenes europeos odia a los extranjeros, particularmente a los de religión musulmana; uno que como muchos otros detesta a los socialistas, a los demócratas en general, y piensa que como consecuencia del socialismo y del islamismo, las naciones europeas han caído en el foso de la más profunda decadencia. De modo que los “bien pensantes” de Occidente tuvieron que comprobar una vez más que el terror no sólo viene de Oriente sino, además, se encuentra entre ellos. En fin, han debido aceptar muy en contra de su voluntad, que el Islam no posee el monopolio sobre el terror y lo comparte con seres humanos (sí, es terrible: con seres humanos) de todas las ideologías, latitudes y creencias.
En cierto sentido el terrorismo es cosmopolita y multicultural; universalista y planetario.Y como un dios, está en todas partes, incluso en la más tranquila de las naciones del mundo, que eso era –y ya no es ni será- Noruega. El mensaje parece ser entonces explícito: el paraíso terrenal no está en la tierra.
Y cuando el criminal fue atrapado por la policía, creímos también que nos íbamos a encontrar frente a un monstruo con sangrientos colmillos o un esperpento de torvo mirar o un demonio con rostro humano. ¡Qué desilusión! A una persona como Anders Behring Breivik la podemos ver todos los días en la universidad, en un supermercado, en cada calle, incluso en el vecindario. Un joven quien según los cánones de la estética hegemónica, es bien parecido. Un chico guapo, simpático, inteligente, con formación profesional, relativamente cultivado (lee a Kafka ) en fin, alguien que a cualquiera señora de clase media le habría gustado tener como yerno.
Anders Behring Breivik, eso es lo que más espanta, no es un desconocido.
La prensa, a veces benevolente con sus lectores, ha tratado de calmarnos aduciendo que se trata de un fundamentalista cristiano, es decir, alguien que no es islamista pero que parece islamista. Del mismo modo se apresuraron en señalar que se trata de un extremista de derecha. En cualquiera de los dos casos, alguien que no es de nuestro mundo, un ajeno, un otro, un distinto. ¿Hasta cuando – ha llegado el momento de preguntarse- ese abuso con clichés que nada dicen?
En todas las religiones del mundo hay fundamentalistas, seres que viven su vida de acuerdo a los fundamentos de sus creencias, que siguen los rituales prescritos y todo lo miden según el rasero de su fe; personas tranquilas, admirables en más de algún sentido y en ningún caso peligrosas para nadie. ¿Y qué significa ser un terrorista de derecha? ¿De cuando acá los términos políticos -derecha e izquierda- cuyo sentido sólo es posible entenderlo en repúblicas parlamentarias son válidos para designar a los asesinos, seres anti-políticos por excelencia? ¿No se dan cuenta que hablar de asesinos de izquierda o de derecha es el peor insulto que se puede hacer a la actividad política?
No, Anders Behring Breivik es sólo un ser humano común y corriente quien detrás de su fachada ciudadana oculta un odio inmenso, tan inmenso que sólo puede satisfacerse con la muerte de sus semejantes. Ese odio, como todo odio (o como todo amor) precede al objeto del odio, y en el caso del asesino de Oslo, creyó encontrar ese objeto entre socialistas y musulmanes. Esa es la verdad que no podemos aceptar.
Como los asesinos nazis y comunistas del siglo pasado, como los colonialistas ingleses y franceses del siglo XlX, como los tiranos libios y sirios del presente, Anders Behring Breivik, ama con pasión a la muerte. De otra manera nunca habría hecho lo que hizo. En ese sentido el asesino de Oslo es un hombre normal, banal y sobre todo, moderno. Muy moderno.
Por de pronto Anders Behring Breivik no sólo es un terrorista. Además, practica un terror sometido a los criterios más propios de la lógica instrumental, lógica que domina sin contrapeso en los espacios científicos, técnicos y económicos de nuestro tiempo. “Fue un acto atroz pero necesario” – declaró al confesar con orgullo su espantoso crimen. Lo dijo con la misma tranquilidad con que un médico confiesa haber extirpado un órgano del paciente para salvar su cuerpo. Con la misma lógica fría de un ministro de finanzas que decide dejar sin trabajo a miles de ciudadanos para saldar la deuda pública del país. Con la misma seguridad de Maquiavelo quien inauguró la modernidad proclamando que los fines justifican a los medios.
Nadie puede negar tampoco que el asesino de Oslo actuaba de acuerdo a una rigurosa relación “costos beneficios”. El casi centenar de vidas sesgadas que dejó detrás de sí no eran más, según su criterio, que un precio que había que pagar “necesariamente” para salvar a su amada Noruega de la humillación socialista e islamista. ¿No fue esa la misma lógica de los colonialistas europeos quienes masacraron a naciones completas en nombre del progreso de la humanidad? ¿La de los nazis, quienes decidieron hacer desaparecer a un pueblo de la tierra para alcanzar la definitiva pureza de su “raza”? ¿La de los estalinistas, siempre dispuestos a asesinar en nombre del cumplimiento de una utopía? La diferencia es que Anders Behring Breivik actuaba –de acuerdo a las últimas informaciones- solo. Pero si de verdad actuaba solo, no estaba solo. Así se confirmaría una vez más que las ideologías son patologías colectivas del mismo modo como muchas patologías son ideologías individuales. En ese sentido Behring Breivik era un solitario que no estaba solo. Y si no estaba solo, hay que reconocerlo, estamos frente a un hombre normal y, por lo mismo, banal.
Parodiando el título de una novela de Mijail Lérmontov, el asesino de Oslo es “un héroe de nuestro tiempo”. Un héroe, porque no sólo arriesgó su vida sino, además, su honra para salvar, según su ideología, a su patria amenazada Y de nuestro tiempo, porque para realizar su maldad, recurrió a los medios tecnológicos más sofisticados que es posible imaginar.
El asesino de Oslo es, evidentemente, el “pendant” occidental de otro personaje muy “heroico” y moderno a la vez. Me refiero al egipcio Mohamed Atta, el gestor, planificador y principal ejecutor de los atentados que tuvieron lugar en los EE UU el 11. 09. 01. Los parecidos entre ambos criminales son, por lo demás, asombrosos.Tanto el uno como el otro provienen de un medio social relativamente acomodado. Se trata de personas educadas, inteligentes y poseedoras de avanzados conocimientos tecnológicos, sobre todo en el campo de la comunicación digital. Los dos, el egipcio y el noruego, eran idealistas y utópicos. El uno soñaba con un mundo islámico purificado de toda occidentalidad, liberado de materialismo, y sobre todo, de sexualidad. El otro sueña tal vez con una Europa cristiana, libre de musulmanes patriarcales y crueles, enemigos de Cristo y de la humanidad. Ambos, cada uno a su modo, descubrieron al “enemigo principal”, la representación absoluta del mal, y llenos de fervoroso heroísmo, utópicas promesas y sublimes ideales, no vacilaron en manchar sus manos con las sangres de los inocentes. Y no por último, ambos mataron en nombre de Dios.
La única diferencia entre esos siniestros mellizos es que Mohamed Atta actuaba de acuerdo a los criterios por los cuales se rige una empresa colectiva y Anders Behring Breivik –occidental al fin- parece que de acuerdo a criterios más bien individualistas. En cualquier caso estoy seguro que el asesino de Oslo, al igual que el asesino de New York, realizó un deseo que no sólo era un deseo suyo.
Quiero decir, en fin, que Anders Behring Breivik no sólo fue un ejecutor. Además fue un representante. ¿De qué o de quienes? Eso es justamente lo que debemos descubrir. Y puede no ser tan difícil: los representados no están muy lejos de nosotros.

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